domingo, 19 de octubre de 2014

Miguel A. Jaimes N.
La Mucuy
CURANDEROS
            Había que andar de montaña en montaña para saber las penurias y necesidades que pasó la gente décadas atrás. Fueron los días en que todos aprendieron a curarse con los cabrestos de la esperanza, pues con ellos debían andar de aquí para allá.
            Eran horas en que las lagunas permanecían encendidas como centinelas anunciando lunas con algunas enfermedades y el poco sol que asistía debía ser aprovechado, entonces los viejos decían que debían adorarse los rayos del calor, ya que por donde entra no hay enfermedades.
            Así se curaban los hombres del campo, los de antes, buscando un poco de abrigo, descanso e hirviendo guarapos de infusiones, tés calientes y ramas medicinales, pero ahora a muchos se les ha olvidado que el romero cura los catarros y el plátano verde sancochado sirve para las diarreas.
            Para cuando los secretos caseros se acababan y las ramas no surtían el efecto tras los remedios encomendados, entonces había que acudir a la casa de los curanderos. Por lo general eran hombres sabios, conocedores de brebajes ardientes y de pócimas capaces de sacar todos los sufrimientos del cuerpo. A ellos se apelaba cuando algunas cosas no marchaban bien, incluso recetaban hasta a los animales y sus secretos iban hasta el solar de las casa, donde había algunas planticas que en lo que tarda en oscurecer un día y en aclarar otro, ya todo estaba amarillito.
            Entonces los viejos de las habitaciones señalaban que las tierras se habían puesto malucas, de seguro una vieja con poca intención y con el período encima había hecho mal una tarea encomendada acabando con las plantas, pagando sus descuidos contra las maticas, poniéndolas a todas sequitas.
            Para esta difícil tarea era necesario que el curandero en persona fuera lo más pronto posible a remediar estos daños. Primero, debía buscar a la mujer de la mala intención, recetarla y advertirle que el mal carácter no era bueno y si no los cambiaba algún día necesitaría del curandero cuando un hijo le saliera rociado de manchas. Así se controlaba la mala intención. Luego había que lanzar oraciones por todos lados y mandar a comprar las ramas del día antes que se acababan en el mercadito del pueblo, pues la demanda era grande.

No hay comentarios:

Publicar un comentario