domingo, 19 de octubre de 2014

La Mucuy
CINCO

A Lucía Gabriela quien lleva ocho

           
            Cinco son los bólidos de las Pléyades convertidas en cenizas de tanto rodar por los siglos para convertirse en polvos para hechiceras. Son los días en que los naufragios se dan cuando muchos ni los esperan. Segundos de momentos marcados por un reloj de cuerdas forrado de pesados bronces, fueron quienes dieron los últimos minutos de un barco que zozobró y sin nadie saberlo llegó por un recuerdo hasta aquel valle corto de La Mucuy.
            Cabos de velas envueltos en pañuelos, entre el honor y la duda rastrera de muchachitas integrales. Toses en el debate de los doce signos zodiacales, quienes anduvieron presurosos en un medio tiempo interminable incapaz de discutir las horas distantes.
            Mientras esto se da, unas uñas desesperadas tratarán de atrapar sales embravecidas que una noche fueron lanzadas adrede con una mala intención de dos que se hicieron extraños de tanto intentar pelearse. Eran las horas de las malas ideas y decidieron volar por las noches mientras sus tragedias se escondían de día.
            Un lucero permanecerá oculto bajo la sombra de un batiscafo. Pero cinco seguirán siendo las quimeras escondidas de un fogón con secretos de ramas calientes capaces de sacar el frío de los corazones ardientes.
            Una viejecita muy Eloísa iniciará pasos secretos de enseñanzas sabias, mientras Capricornio vigilará mañanas de lloviznas con sabor a curruchete de melaos amanecidos, curtidos sobre una batea de madera la cual logró la soba de un Escorpión en primavera vigilado por los desafíos de Virgo.
            Aún se sienten los rumores de Mariana Monsalve y Paula de Albornoz quienes habitaron aquellos espacios de estos sitios, cuando los pasos de El Libertador se hicieron cabalgar tras la ira de cuarenta y dos hombres con quinientos más, quienes empeñaron el valor de un tráfico por la libertad.
            Cincos, cincuentadas, quinientadas, son números de aires sagrados, desesperados vientos de lejanías esperadas, pero ofrecidas entre los pisos sobre un mercado de amigos encantados, obtenidos todos entre los retablos de remiendos en el medio de un monte de díctamos feroces.
Miguel A. Jaimes N.

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