domingo, 19 de octubre de 2014

La Mucuy
VIDENTES
            Cuando los días de los videntes se acercaban muchos empezaban a estar en problemas. Todo sucedía a partir de los meses encendidos cercanos al temido agosto. Cuando las deudas estaban alquiladas y el pago de las mismas hipnotizaba mentiras aguantadas con sabores destemplados.
            Desde las agendas antiguas se encontraron siembras de secretos confesados en líneas que después no dejaban descansar ni a los más santos. Eran escritos temidos que ahora estarían descubiertos como el trote de caballos briosos, herraduras sin detenerse sobre rocas resplandecientes.
            Las videncias venían desde todos los caminos. Eran peticiones conjuradas destapando entradas encantadas, disimuladas en el medio de compañías oxidadas por destierros olvidados.
            Por eso los pocos adivinadores que existieron por los lados de La Mucuy vivieron escondidos, ya que todos sus secretos eran codiciados y la tranquilidad de ellos empezó a correr peligro. Uno de esos días de riesgos pasados, dos pobladoras desesperadas decidieron capturar a uno, pero él en sus sueños descubrió las feroces intenciones; entonces huyó para detener las intenciones inapropiadas de aquellos tiempos inspirados por las locuras de algunas damas.
            Por eso la videncia, oyencia y clarividencia se protegían por medio de los secretos de un polvo negro que, después de ser colado por las mañanas, se guardaba un poco de este grano seco para descubrir los disfraces de los días.       
            Aunque los disimulados debían ser bien administrados y la primera de las exigencias eran justamente los secretos. Solo de esta manera podrían adentrarse bajo el humo de los cachimbos a los mensajes que dejaban cientos de lémures que pasan a diario por el tiempo dejando sus palabras, pues sus adivinadoras con sus presencias andaban entre los datos no comentados de los pocos habitantes de aquellos sitios.
            Mientras menos pobladores más serían los disimulos. Pues mientras se esté solo, muchas cosas podrían contarse. Un dato eran las cornisas de las casas donde estaban acaparadas las ideas de vivir y no salir en las primeras horas de las madrugadas, pues era incierto lo que estaba escrito sobre esos minutos.


Miguel A. Jaimes N.

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