La
Mucuy
CINCO
A Lucía Gabriela
quien lleva ocho
Cinco
son los bólidos de las Pléyades convertidas en cenizas de tanto rodar por los
siglos para convertirse en polvos para hechiceras. Son los días en que los
naufragios se dan cuando muchos ni los esperan. Segundos de momentos marcados
por un reloj de cuerdas forrado de pesados bronces, fueron quienes dieron los
últimos minutos de un barco que zozobró y sin nadie saberlo llegó por un
recuerdo hasta aquel valle corto de La Mucuy.
Cabos
de velas envueltos en pañuelos, entre el honor y la duda rastrera de
muchachitas integrales. Toses en el debate de los doce signos zodiacales,
quienes anduvieron presurosos en un medio tiempo interminable incapaz de
discutir las horas distantes.
Mientras
esto se da, unas uñas desesperadas tratarán de atrapar sales embravecidas que
una noche fueron lanzadas adrede con una mala intención de dos que se hicieron
extraños de tanto intentar pelearse. Eran las horas de las malas ideas y
decidieron volar por las noches mientras sus tragedias se escondían de día.
Un
lucero permanecerá oculto bajo la sombra de un batiscafo. Pero cinco seguirán
siendo las quimeras escondidas de un fogón con secretos de ramas calientes capaces
de sacar el frío de los corazones ardientes.
Una
viejecita muy Eloísa iniciará pasos secretos de enseñanzas sabias, mientras Capricornio
vigilará mañanas de lloviznas con sabor a curruchete de melaos amanecidos,
curtidos sobre una batea de madera la cual logró la soba de un Escorpión en
primavera vigilado por los desafíos de Virgo.
Aún
se sienten los rumores de Mariana Monsalve y Paula de Albornoz quienes
habitaron aquellos espacios de estos sitios, cuando los pasos de El Libertador se
hicieron cabalgar tras la ira de cuarenta y dos hombres con quinientos más,
quienes empeñaron el valor de un tráfico por la libertad.
Cincos,
cincuentadas, quinientadas, son números de aires sagrados, desesperados vientos
de lejanías esperadas, pero ofrecidas entre los pisos sobre un mercado de
amigos encantados, obtenidos todos entre los retablos de remiendos en el medio
de un monte de díctamos feroces.
Miguel
A. Jaimes N.
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